En el seno de una cena familiar apacible, risas y platos compartidos, una inesperada confesión irrumpe en el ambiente. La hija menor, apenas con siete años de inocencia a cuestas, decide romper el silencio con una declaración que sacudiría a cualquiera.
Pero, ¿qué podría llevar a una criatura a soltar tan sorprendente noticia en un momento tan inapropiado?
Inocente Confusión en una Cena Familiar
Una familia tradicional se encontraba alrededor de la mesa, comiendo, cuando la hija pequeña, de 7 años, comenta a grito pelado:
– Hoy les traigo una mala noticia: ¡ya no soy virgen!?, dice, sollozando, la criatura.
Posteriormente, la niña rompe a llorar notablemente alterada, con sus manos cubriéndole la cara y cierto halo de vergüenza.
Tras diez minutos de silencio sepulcral, los padres comienzan a recriminarse mutuamente, que si no cuidas lo suficiente a la niña, que si tus ideas necias de que no se hable abiertamente de sexualidad, etc.
– ¡Dios mío!, ¿cómo es posible que esto nos suceda precisamente a nosotros? Yo pensaba que eso solo ocurría en las películas…
Cuando ya están descontrolados y al borde de un colapso, la madre, con los ojos notablemente encharcados y la boca temblorosa, toma tiernamente las manos de su hija y, en voz baja, pregunta:
– ¿Pero qué sucedió exactamente, hija?
Entre sollozos, la niña contesta:
– ¡Es que la maestra del colegio me sacó del pesebre y me ha dicho que haga de pastorcillo en la obra de teatro…!?.
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Con el misterio resuelto, las risas llenan finalmente la mesa familiar. En un giro cómico y deliciosamente ingenuo, la niña revela su confusión: no es más que el inocente papel de pastorcillo en una obra escolar.
La lección que queda es clara: en medio de la preocupación y el alboroto, a veces olvidamos lo sencillo que puede ser el mundo desde la perspectiva de un niño. Y así, entre carcajadas y abrazos, la familia aprende que incluso en los momentos más inusuales, el amor y la comprensión siempre prevalecerán.