Entramos con mis hijos a un restaurante.
Al traernos la cuenta, el mesero le arma tremendo escandalo a mi esposa:
– Señora, por favor, ¡devuelva el tenedor que se guardó en el bolso!
Mi señora –indignadísima– vocifera:
—¡Atrevido! ¡Respete! Yo soy una distinguida mujer. Además, no tengo necesidad de una cosa de ésas.
¡Esto es una infamia! en nuestra casa tenemos cubiertos finísimos y muy elegantes.
—¿Cierto, mijo? –se dirigió a mi hijo menor.
Y éste respondió:
—¡Sí, maaaami! Y… ¡de meeejoles leeestaulantes!
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